ANTOLOGÍA ROMANCERO VIEJO


RELACIÓN DE ROMANCES

Romance de cómo Mudarra vengó a sus hermanos

Jura de Santa Gadea y destierro del Cid

Abenámar y el rey don Juan

Álora, la bien cercada

Romance del prisionero

Romance del Infante Arnaldos

Conde Olinos

Romance de Fontefrida y con amor

Romance del Enamorado y la Muerte

 

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Romance de cómo Mudarra vengó a sus hermanos

A cazar va don Rodrigo,
y aun don Rodrigo de Lara;
con la gran siesta que hace,
arrimádose ha a un haya,
maldiciendo a Mudarrillo,
hijo de la renegada,
que si a las manos le hubiese,
que le sacaría el alma.
El señor estando en esto,
Mudarrillo que asomaba:
- Dios te salve, caballero,
debajo la verde haya.
- Así haga a ti, escudero,
buena sea tu llegada.
- Dígasme tú el caballero
¿cómo era la tu gracia?
- A mí dicen don Rodrigo,
y aun don Rodrigo de Lara,
cuñado de Gonzalo Gustos,
hermano de doña Sancha;
por sobrinos me los hube
los siete infantes de Salas.
Espero aquí a Mudarrillo,
hijo de la renegada;
si delante lo tuviese,
yo le sacaría el alma.
- Si a ti dicen don Rodrigo,
y aun don Rodrigo de Lara,
a mí Mudarra González,
hijo de la renegada,
de Gonzalo Gustos hijo,
y alnado de doña Sancha;
por hermanos me los hube
los siete infantes de Salas:
tú los vendiste, traidor,
en el val de Arabïana;
mas si Dios a mí me ayuda,
aquí dejarás el alma.
- Espéresme, don Gonzalo,
iré a tomar las mis armas.
- El espera que tú diste
a los infantes de Lara:
aquí morirás, traidor,
enemigo de doña Sancha.

 

 

 

 

 

 

Jura de Santa Gadea y destierro del Cid

En Santa Gadea de Burgos,
do juran los hijosdalgo,
allí toma juramento
el Cid al rey castellano,
sobre un cerrojo de hierro
y una ballesta de palo.
Las juras eran tan fuertes
que al buen rey ponen espanto:
-“Villanos te maten, rey,
villanos, que no hidalgos;
de las Asturias de Oviedo,
que no sean castellanos.
Mátente con aguijadas,
no con lanzas ni con dardos;
con cuchillos cachicuernos,
no con puñales dorados;
abarcas traigan calzadas,
que no zapatos con lazos;
capas traigan aguaderas,
no de contray ni frisado;
con camisones de estopa,
no de holanda ni labrados;
vayan cabalgando en burras,
no en mulas ni caballos;
frenos traigan de cordel,
no de cueros fogueados;
mátente por las aradas,
no por villas ni poblados,
y sáquente el corazón
por el siniestro costado,
si no dices la verdad
de lo que te es preguntado:
Si tú fuiste o consentiste
en la muerte de tu hermano.”
Jurado tiene el buen rey
que en tal caso no es hallado;
pero con voz alterada
dijo muy mal enojado:
-“Cid, hoy me tomas la jura
después besarme has la mano.”
Respondiérale Rodrigo
como hombre muy enojado:
-“Por besar mano de rey
no me tengo por honrado;
porque la besó mi padre
me tengo por afrentado.”
-“Vete de mis tierras, Cid,
mal caballero probado,
y no me estés más en ellas
desde este día en un año.”
-“Que me place -dijo el Cid-,
que me place de buen grado,
por ser la primera cosa
que mandas en tu reinado:
tú me destierras por uno,
yo me destierro por cuatro.”
Ya se despide el buen Cid
sin al rey besar la mano,
con trescientos caballeros,
esforzados hijosdalgo.
Todos son hombres mancebos,
ninguno hay viejo ni cano;
todos llevan lanza en puño
con el hierro acicalado
y llevan sendas adargas
con borlas de colorado.
Por una ribera arriba
al Cid van acompañando;
acompañándolo iban
mientras él iba cazando.

 

 

 

 

 

Abenámar y el rey don Juan

-¡Abenámar, Abenámar,
moro de la morería,
el día que tú naciste
grandes señales había!
Estaba la mar en calma,
la luna estaba crecida;
moro que en tal signo nace
no debe decir mentira.
-No te la diré, señor,
aunque me cueste la vida.
-Yo te agradezco, Abenámar,
aquesta tu cortesía.
¿Qué castillos son aquellos?
¡Altos son y relucían!
-El Alhambra era, señor,
y la otra la Mezquita;
los otros los Alixares,
labrados a maravilla.
El moro que los labraba
cien doblas ganaba al día,
y el día que no los labra
otras tantas se perdía;
desque los tuvo labrados
el rey le quitó la vida
porque no labre otros tales
al rey del Andalucía.
El otro es Torres Bermejas,
castillo de gran valía;
el otro Generalife,
huerta que par no tenía.
Allí hablara el rey don Juan,
bien oiréis lo que decía:
-Si tú quisieras, Granada,
contigo me casaría;
daréte en arras y dote
a Córdoba y a Sevilla.
-Casada soy, rey don Juan,
casada soy, que no viuda,
el moro que a mí me tiene
muy grande bien me quería.
Hablara allí el rey don Juan,
estas palabras decía:
-Échenme acá mis lombardas
doña Sancha y doña Elvira;
tiraremos a lo alto,
lo bajo ello se daría.
El combate era tan fuerte
que grande temor ponía.

 

 

 

 

 

 

Álora, la bien cercada


Álora la bien cercada,
tú que estás en par del río,
cercote el Adelantado
una mañana en domingo,
de peones y hombres d’armas
el campo bien guarnecido;
con la gran artillería
hecho te había un portillo;
viérades moros y moras
subir huyendo al castillo;
las moras llevaban ropa,
los moros harina y trigo,
y las moras de quince años
llevaban el oro fino,
y los moricos pequeños
llevan la pasa y el higo.
Por encima del adarve
su pendón llevan tendido.
Allá detrás de una almena
quedado se había un morico
con una ballesta armada
y en ella puesto un cuadrillo.
en altas voces diciendo
que del real le han oído:
-¡Tregua, tregua, Adelantado,
por tuyo se da el castillo!
Alza la visera arriba
por ver el que tal le dijo.
Asestárale a la frente,
salido le ha al colodrillo;
sacóle Pablo de rienda
y de mano Jacobillo,
estos dos que había criado
en su casa desde chicos;
lleváronle a los maestros
por ver si será guarido;
a las primeras palabras
el testamento les dijo.


 

 

 

 

 

Romance del prisionero

Que por mayo era, por mayo,
cuando hace el calor,
cuando los trigos encañan
y están los campos en flor,
cuando canta la calandria
y responde el ruiseñor,
cuando los enamorados
van a servir al amor,
sino yo, triste, cuitado,
que vivo en esta prisión,
que ni sé cuándo es de día,
ni cuándo las noches son,
sino por una avecilla
que me cantaba al albor.
Matómela un ballestero;
dele Dios mal galardón.


 

 

 

 

 

Romance del Infante Arnaldos

¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar,
como hubo el infante Arnaldos
la mañana de San Juan!
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de seda,
la ejarcia de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía
diciendo viene un cantar
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar;
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar,
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
Allí habló el infante Arnaldos,
bien oiréis lo que dirá:
“- Por tu vida, el marinero
dígasme ora ese cantar.”
Respondiole el marinero,
tal respuesta le fue a dar:
“-Yo no digo mi canción
sino a quien conmigo va”.

 

 

 

 

 

Conde Olinos

Conde Olinos por amores
es niño y bajó a la mar,
fue a dar agua a su caballo
la mañana de San Juan.
Desde las torres más altas
la reina le oyó cantar:
-Mira, niña, cómo canta
la sirenita del mar.
-No es la sirenita, madre,
que ésa tiene otro cantar:
es la voz del conde Niño
que por mí llorando está.
-Si es la voz del conde Niño
yo le mandaré a matar,
que para casar contigo
le falta sangre real.
- No lo mandes matar, madre,
no lo mande usted matar,
que si lo manda matar, madre,
juntos nos han de enterrar.
Guardias mandaba la reina
al conde Niño buscar,
que le maten a lanzadas
y su cuerpo echen al mar.
Él murió a la media noche
y ella a los gallos cantar;
a ella, como hija de reyes,
la entierran en el altar
y a él, como hijo de condes,
tres pasitos más atrás.
De ella nació una rosa
y de él un tulipán;
la madre, llena de envidia,
ambos los mandó cortar.
De ella nació una paloma,
de él un fuerte gavilán.
Juntos vuelan por el cielo,
juntos vuelan par a par.


 

 

 

 

 

 

Romance de Fontefrida y con amor

Fontefrida, Fontefrida,
Fontefrida y con amor,
do todas las avecicas
van tomar consolación,
si no es la tortolica,
que está viuda y con dolor.
Por allí fuera a pasar
el traidor del ruiseñor;
las palabras que le dice
llenas son de traición:
-Si tú quisieses, señora,
yo sería tu servidor.
-Vete de ahí, enemigo,
malo, falso, engañador,
que ni poso en ramo verde
ni en prado que tenga flor;
que si el agua hallo clara,
turbia la bebía yo;
que no quiero haber marido
porque hijos no haya, no;
no quiero placer con ellos,
ni menos consolación.
¡Déjame, triste enemigo,
malo, falso, ruin, traidor,
que no quiero ser tu amiga
ni casar contigo, no!



 

 

 

 

 

 

Romance del Enamorado y la Muerte

Yo me estaba reposando,
durmiendo como solía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
más aún que la nieve fría.
-¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
-No soy el amor, amante;
la Muerte que Dios te envía.
-¡Ay, Muerte tan rigurosa;
déjame vivir un día!
-Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.
Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía;
Ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
-¡Ábreme la puerta, blanca;
ábreme la puerta, niña!
-¿Cómo te podré yo abrir,
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio;
mi madre no está dormida.
-Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida.
La Muerte me está buscando;
junto a ti vida sería.
-Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía;
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare,
mis trenzas añadiría.
La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
-Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.