A entrega de premios do concurso convocado polo Consello escolar, que tiña como eslogan “A igualdade é posible”, e que estaba previsto realizala o día nove de marzo, coincidindo coa celebración do día Internacional da muller, foi adiada ata o pasado día 19 de marzo, xornada que na Biblioteca se celebraba o Día da poesía.
De entre as distintas modalidades de concurso convocadas, foron as de relato curto as que tiveron mellor acollida entre o alumnado de ambas etapas. Tanto é así que están representados todos os niveis, desde 1º da ESO ata 2º de Bach., agás o de 2º da ESO. O de ensaio recaeu nunha alumna de 2º de Bacharelato.
Se ben hai que dicir que a participación non ten sido moi alta, a calidade dos traballos é moi aceptable e haberá que seguir traballando a prol de obxectivo tan loable. Como proba do antedito, adxuntamos os relatorios para que cadaquén os valore e que sirvan de estímulo para futuras accións encamiñadas a superar algunhas eivas dunha sociedade tan “moderna”e á vez en retroceso en canto a discriminación por razóns de xénero, raza, relixión, idioma, condición social, etc.

Carlos,de 1º de BACH., recibiu o 1º premio da modalidade de relato curto
Carlos Cabrera,1º Bach. 1º premio relato curto
EL DOLOR DE LA EXPERIENCIA
Se despertaba cada mañana con una nueva marca en la cara. El maquillaje que cubría los antiguos moratones estaba corrido. Se miraba al espejo y comenzaba su ritual de siempre, como un mantra que uno repite en su cabeza una y otra vez. El cristal reflejaba el demacrado rostro de un niño de no más de once años. Pero claro, él era un niño, ¿Qué sabría él de la vida? ¿Qué sabe él acerca del dolor, del sufrimiento o acaso del mismo sacrificio? Al menos, eso era lo que su abuelo le decía una y otra vez. Había estado en la guerra, y, según él, había visto y hecho cosas que dejarían al más fuerte de los hombres temblando y llorando en una esquina como un niño perdido buscando a su madre. Un hombre como él pierde el sentido de la razón una vez alcanzada la senectud. Eso sumado a las terribles lagunas que rondaban en su cabeza provocaba que de madrugada terminase miccionando en su alcoba pensando que era el wáter. Sin duda, su mal genio tampoco ayudaba. Descargaba su ira en el pequeño joven inexperto. Al final de cada paliza que el anciano le propinaba, éste obligaba al muchacho a cubrirse la cara cada mañana para que nadie pudiese sospechar de los malos tratos que sufría. Él aseguraba que era por su propio bien, que tras la prematura muerte de sus padres en un accidente el abuelo debía enseñar al chico a conocer lo dura que podía ser la vida.
Era el momento en el que el abuelo dormía cuando podía disfrutar del mundo que le rodeaba. Salía de la habitación con suma precaución para no despertarle. A veces lo encontraba en el sofá con una botella de whisky medio vacía en la mano, y otras, suponía que estaba en su habitación ya que la puerta estaba cerrada.
Una vez fuera, dirigía su mirada, maravillada, hacia arriba. El firmamento le calmaba y le daba esperanza. Un conjunto infinito de estrellas con las que podía divertirse o bien contándolas, o bien buscando siluetas con formas determinadas. Él sabía que a pesar de vivir en una pequeña aldea en mitad de una basta y salvaje selva, tendría la oportunidad de salir a descubrir aquello que fuese lo que le esperaba fuera. Hacía caso omiso a las constantes amenazas de su abuelo, pese a que la mayoría de éstas se cumplían. De esta forma, extasiado por la bellísima luz que desprendían las estrellas, imaginaba un universo de posibilidades.
Lo que más le costaba era regresar a su cuarto (si bien se le puede considerar cuarto a una estancia del tamaño de un hacinado trastero). El duro colchón estaba formado por enormes pelotas de lana y miraguano, lo cual no ayudaba en absoluto a sanar su intenso dolor de riñones.
***
Cuando terminaba de esconder todas las heridas y marcas de su cuerpo, recogía el baño y salía en busca de su abuelo. Quizá lo que menos le gustaba era tener que vérselas con éste, ya que su humor mañanero no auguraba nada bueno. De nuevo le mandaba ir a comprar más maquillaje y alcohol, aunque éste último tenía que robarlo porque estaba prohibida la venta de alcohol a menores.
De los múltiples caminos que había para llegar al mercado, siempre escogía el más largo, de unos siete quilómetros, porque significaba pasar menos tiempo con el viejo. Durante la marcha hacia su destino se distraía observando a los animales que vivían por los alrededores. En cierta manera los envidiaba. Éstos gozaban de una libertad y una seguridad que claramente el chico no poseía. Se imaginaba a sí mismo jugando con ellos y correteando por las hectáreas de vegetación que se extendían más allá de su vista.
No, no, no. No podía permitirse pensar eso, pues si su abuelo descubría lo más mínimo sobre sus divagaciones… Sería algo de lo que se arrepentiría durante años (si es que vivía para contarlo). Intentando desalojar de su mente estas espeluznantes ideas, seguía por su camino como hacía casi todos los días. Pero a cada paso que daba, el chico sabía que algo estaba a punto de cambiar, quizá su suerte, su vida… ¿Quién sabe? Y esa sensación de repente invadió su cuerpo. Una fuerte presencia lo paralizó de pies a cabeza. Tan sólo quedaban unos doscientos metros hasta el mercado, pero sin pensarlo dos veces, dio un brusco giro y decidió regresar sobre sus pasos para volver a la casa. Toda una oleada de imágenes rondaron por su cabeza. Igual, debido a una remota casualidad, sus padres habían regresado para cuidarle, o con un poco de suerte, su abuelo dejaba de maltratarlo como lo había hecho hasta entonces.
Conforme se acercaba a su casa, comenzó a oír sirenas y un jaleo producido por los ruidos de los motores de los coches. Eso sólo significaba una cosa: algo le había pasado a su abuelo. Al llegar a visualizar la casa pudo distinguir el llamativo color de una ambulancia. Pocas veces había visto tantos coches juntos, ya que en aquel pequeño pueblo el medio de transporte más común era o la bicicleta o los propios pies de la persona. Un escalofrío recorrió su cuerpo y decidió acercarse más para ver qué es lo que estaba pasando. Saltó la verja de la casa y vio como tres enfermeros levantaban la camilla en la que sobresalía la silueta de una persona tapada con una manta. En ese mismo instante, un agente de policía se acercó al muchacho y le preguntó qué estaba haciendo allí. Al chico no le salían las palabras, se le secó la boca y vio como todo lo que le rodeaba se volvía negro, muy negro.
***
Cuando abrió los ojos había por lo menos seis personas delante de él. Unas voces comenzaron a surgir y, poco a poco, el chico se fue incorporando para observar mejor la escena.
Éste llevaba una bata blanca, por lo que supuso que sería el médico. El resto vestían impecables uniformes de policía.
El chico asintió con un leve gesto de cabeza.
Tras una serie de comprobaciones de sus constantes vitales, uno de los agentes se acercó a él y comenzó a hablarle sin ningún preámbulo:
-
Han robado a tu abuelo en su casa. Él estaba allí cuando los ladrones entraron e intentó defenderse, pero estaba borracho, y lo único que consiguió fue recibir tres puñaladas. Su estado es grave, pero se recuperará. Estamos buscando a quienes le han hecho eso. Te lo prometo muchacho, los vamos a encontrar. Tú te desmayaste justo después de que metiésemos a tu abuelo en la ambulancia. Te trajimos aquí en cuanto pudimos. No te va a pasar nada, tranquilo.
Notó como se le formaba un nudo en la garganta, pero a pesar de eso respondió:
No sabía por qué había dicho eso, ya que hasta el momento en que perdió la consciencia era lo último que quería hacer por miedo a que el abuelo lo culpase de algo en lo que sin duda él no tuvo nada que ver. Sin embargo el policía le respondió con una sonrisa y una afirmación.
Atravesaron la sala en la que había estado el chico y se detuvieron junto al médico para pedirle permiso e ir a ver al abuelo. Una vez les dejó pasar, pudo ver a su abuelo tumbado en una cama y enchufado a una máquina que nunca antes había visto. El agente dejó a solas a los dos y cerró la puerta. El chico se acercó hasta quedar tan sólo a unos centímetros de su cara. De repente, su abuelo abrió los ojos y se dibujó una especie de sonrisa en su rostro. Esa era una expresión desconocida y extraña para el muchacho. Nunca le había sonreído.
Acto seguido de sus ojos brotó una lágrima que no pudo contener.
-
Me ha pedido… - le temblaba la voz – Me ha dicho que tú eras un regalo al que debía cuidar cuando ella no estuviese. ¿Qué raro no? Nunca pensé que yo fuese a vivir más que ella. Cuando tu madre murió, todo mi mundo se vino abajo. Mi única hija. Sólo quedabas tú, y cuando te dejaron bajo mi custodia me recordaste a tu padre. Nunca me cayó bien, ¿Sabes? Entonces comencé a sentir un profundo odio hacia ti. Pensé que serías como él, arrogante y estúpido. Y eso me nubló la mente. Creí que si conseguía educarte podría evitar que fueses como él. No me odiaba a mí mismo por lo que te hacía, ya que pensaba que te ayudaba. Ahora lo comprendo. Jamás has actuado como él, sino que has heredado el carácter afable y cariñoso de tu madre. Lo veo en tus ojos. Ella me lo ha hecho ver.
Las lágrimas caían a borbotones sobre sus sonrojadas mejillas.
-
Por eso te ruego que me perdones. Sé que será casi imposible olvidar lo que este vejestorio te ha hecho. Y desde que veo la verdad me doy cada vez más asco. Al menos me gustaría que lo entendieses. Creo que puedo cambiar y ser mejor, y me gustaría que tú me ayudases a lograrlo. Si me concedieses una nueva oportunidad…
Ya no le salían las palabras. Las lágrimas le habían entrado en la boca y empezó a temblar.
El chico no dijo nada, tan solo se acercó a él, le rodeó con sus brazos y hundió la cabeza en el pecho de su abuelo. Juntos, y con la nueva promesa de su abuelo emprenderían un camino nuevo lleno de lecciones buenas en las que los dos participarían para sacar lo mejor del otro.
Y juntos observaron cómo el sol se ponía en el horizonte.

Lara Luaces Rodríguez, sen perder o sorriso, de 2º BACH., 1º premio de ensaio
A IGUALDADE É POSIBLE?! REFLEXIÓN. LARA LUACES RODRÍGUEZ. 2º BACH.
1ºPREMIO NA MODALIDADE DE ENSAIO
É difícil decatarse do que está pasando. Eu admítoo. Para min, a igualdade é algo normal. Palabras como machismo, racismo, ou incluso homofobia, non existen no meu vocabulario. E teño sorte. Non obstante, a miña privilexiada situación obrígame a intentar pórme na situación dos demais. Que pensarán? Por que farán o que farán?
Parece moi doado loitar polos teus ideais, cando nunca nos atopamos nunha situación perigosa. E non me refiro á violencia ou á morte. Creo certamente que é máis perigoso cando atentan contra a túa integridade, contra a túa ideoloxía. Sen principios, non somos nada. Nin eu, nin o africano que se esconde, nin o agresor que colga o vídeo na rede.
Aínda así, semella que con cada paso que avanza a humanidade, a fraternidade retrocede dez. A base biolóxica é un recurso moi utilizado: todos os seres humanos somos iguais. Pero ten que haber algo máis. Quizais o feito de que todos sexamos distintos, é o que nos fai máis semellantes.
Moitas veces só se alude ás cifras: tantos mortos, tantos suicidios, tantos inmigrantes. Pero, de verdade é iso o máis importante? Houbo un tempo no que a filosofía era a única ciencia posible, a única forma de coñecer a realidade. Agora internet proporciónanos os datos, as fórmulas…pero non nos pode dar a capacidade de comprender. Quen ten que se esforzar es ti, ti es quen ten que facer o imposible para lograr o posible. E como dicía Kant, atrévete, atrévete a saber o que pasa ao teu redor. Só entonces poderemos tentar entender o que ocorre.
Para que mentir, a desigualdade non é algo que me inquiete cada mañá ao espertar. Pero sei que está aí, que existe, e que entorpece a nosa convivencia. Iso non implica que sexa algo que me dea igual; máis ben ao contrario. O meu cerebro pasa por dúas fases: unha de incomprensión, e outra de indignación. Incomprensión, xa que non alcanzo a entender como a discriminación pode parecer, a ollos de alguén, unha práctica correcta. E indignación, porque por moito que me pese, non podo facer nada para remedialo. Nin no presente, nin no futuro.
Metaforicamente falando, un mundo sen desigualdade sería como una función que tende a infinito. Infinito non é un número, así como a igualdade non é unha posible realidade. A función, como o mundo, como nós, achegámonos moi próximos a ese valor, pero nunca chegamos a alcanzalo.
Pouco a pouco decátome de que este mundo me vai convertendo en escéptico. A busca da verdade, da liberdade, da paz, é algo imposible, non existe tal cousa. E demóstranmo cada día as noticias. Pero non só iso, senón que se estás atento, se es capaz de abstraerte do teu propio mundo, podes ver que a desigualdade, en realidade, está en todas partes. Non reside nunha pelexa, ou nun asasinato. Reside nas palabras, nos berros, nos insultos. A medida que medro, dóenme máis as palabras, e menos os actos.
Así é todo, voume construíndo nunha sociedade na que se despreza a educación. Non só a educación impartida nos institutos e universidades, senón máis ben a educación que se transmite de pais a fillos. Desta forma, xérase un bucle infinito no que a educación, como a desigualdade, pasan a un segundo plano.
E se nos quitan a educación, e, por conseguinte a capacidade para reflexionar, xa non nos queda nada. Rien de rien. Por quedar, xa non nos quedan nin palabras. E asegúrovolo, hai moita más violencia e desacougo nun silencio.

Eva Salvado, segundo curso da ESO, rezuma ledicia polo seu éxito
1º PREMIO RELATO CURTO, 1º CICLO DA ESO. EVA SALVADO
SAMI
Supoño que desde que viñen son máis feliz. Debo supoñer. As expectativas sobre a miña nova vida eran completamente diferentes da dura realidade. Da realidade de chorar cada mañá, ao espertar, de sentir que estou só, de escoitar as palabras ocas do orientador, de non saber por que as cousas teñen que ser así nesta hipotética nova e mellorada sociedade.
De camiño á escola vou só. Doulles patadas ás pequenas pedras e pregúntome se elas poderán sentir o que eu. Se eu serei o causante dos seus pesadelos. Pero recórdome que as pedras non teñen vida.
As portas da escola semellan unhas grandes maxilas preparadas para devorarme, e síntome pequeno; demasiado pequeno para tanta xente. Para tantas miradas furándome as costas, tantos silenciosos comentarios despectivos, curiosamente sonoros; para eses beizos crispados cara abaixo.
-Sami –escoito. Ladeo a cabeza para ver quen me chama e vexo a Thomas, que se aproxima cun desagradable xesto.
-Creo que che caeron os libros- di, arrastrando as palabras.
-Que…?
Non me dá tempo a reaccionar. Os libros caen con estrondo sobre o chan, e ás miñas costas escóitanse as gargalladas de Thomas e os seus compañeiros.
Nunca entenderei onde lle ven a graza. A min non me divirte pegarlle ás pedras. Cerro as mans con forza para conter a rabia e recollo os libros con coidado. Outro empurrón faime perder o equilibrio e caio sen remedio sobre o cemento. Sinto o cóbado dolorido e un sabor metálico na lingua.
Xa, xa basta. Levántome de novo con orgullo, collo os libros e entro na escola todo o rápido que podo sen correr. Non quero parecer asustado.
É realmente curioso escoitar ao orientador do centro. O seu ton de voz sosegado, os seus xestos lentos, esa mirada tan súa por riba das lentes. Todo iso debería facerme sentir seguro e tranquilo, pero só consegue poñerme nervioso. É coma se el non puidese sentir o que eu, coma se el nuca o pasara mal. Así que nas sesións co orientador limitábame a deixar que as súas palabras se afundisen nalgún lugar do meu cerebro.
-Escóitasme, Sami?
-Eu… Si, isto…
O orientador chascou a lingua con reprobación. Alzou a vista por riba das lentes e dixo, cun ton serio:
-Non sei que podo facer contigo –notábase cansazo na súa voz-, non atendes, e logo non tes a intención de solucionar o teu problema?
Resoplei.
-É só que penso que vostede non pode axudarme, señor.
Levanteime e abandonei a aula, deixando pampo ao home impertérrito.
Ao voltar á escola ao día seguinte, despois de reflexionar sobre a miña sorprendente reacción ante o orientador; cheguei a unha conclusión. Se podía sorprender e impoñerme a un adulto, podería impoñerme a un neno. Ao fin e ao cabo, os nenos só somos o rastro que deixa tras de si un adulto, non si? Se era capaz de derrotar á besta, podería derrotar a súa sombra.
O único problema era que estaba equivocado, pois os nenos non son o rastro dos adultos, senón o seu reflexo. Un reflexo franco, simple, e en ocasións esaxerado.
Pero se o que levaba feito ata aquel momento non funcionaba; debería probar algo novo.
Collín asento na aula. As habituais risas despectivas soaban ao meu redor.
Dixen, en voz bastante alta:
-Non encontro a graza… Por que vos rides?
Thomas sorriu con suficiencia.
-Este rapaz está tonto, ou que? –o comentario fixo aumentar a instensidade das risas.
Respirei fondo.
-Vaia, é que non o comprendo. Cal é o motivo? –insistín.
Thomas quedou descolocado. Non sabía que responder, non esperaba que Sami, o neno calado, o neno novo, o neno negro do colexio británico, o raro; fose capaz de defenderse.
Sempre recordarei a súa expresión, cos beizos separados, os ollos ben abertos e unha cella lixeiramente enarcada.
O profesor de matemáticas irrompeu na aula e non foi necesario que pedise silencio. Toda a clase estaba muda, sorprendida. Eran un grupo débil, e eu un neno forte.
Vencera. O máis bonito de todo, foi coñecer a nova xente, xente que non era como Thomas, amigos.
Debo recoñecer que ás veces os beizos cúrvanseme cara arriba cando recordo o momento en que deixei de ser ‘o neno negro’ e comencei a ser Sami.

Carolina Vallejo Bay,no centro,arroupada polos colegas, 1º premio relato curto, 2º ciclo da ESO
1º PREMIO NA MODALIDADE DE RELATO CURTO.CAROLINA VALLEJO VAY.3º ESO
AS CORES
Algunha vez houbo un lugar. Era grande, magnífico e fermoso. Era azul e branco e marrón e verde. Negro, branco e amarelo. Pero estas últimas non eran as cores deste mundo. Eran as cores dos seus habitantes.
Existían regras respecto a iso. Todos eran o que se lles dixera que foran. Ninguén era nada máis. Existían dictados para os brancos, así como para os negros e os amarelos.
As súas cores definíanos e os nomes das súas cores limitábanos. Pero non, non era un mundo de cores. Un mundo de cores xamais albergaría tanta dor. Torturaran as cores de tal maneira que as obrigaran a confesar significados que non tiñan. Por suposto que, eran cores pero xa ninguén as recoñecía.
E a pregunta é : por que tanta algarabía se despois de todo as cores só son a maneira en que a luz se ve reflectida na superficie?
Se, agora que todo se apagou, agora que non hai esperanza por ningunha parte, agora que a luz non ten superficie na que verse reflectida, xa non existen as cores. Agora que? Agora que importan as cores?